Aunque la mayor parte de la noche Edward no había parecido interesado en nada más que tener sus manos en mí (no es que me quejara), le había notado enganchado a esas conversaciones con los productores, entusiasmado, energizado de una forma que no lo estaba por nada más. Él lo quería. Estaba ansioso por volver a trabajar. Me encantaba verle apasionado por algo. Esperaba que todo esto significaran cosas buenas para él, que la gente estuviera lista para darle otra oportunidad. Todo merecería la pena y eso le sucedía.
Finalmente perdí la noción del tiempo. La noche se había convertido en un borrón de champán y esmóquines y besos en el aire y “Deberíamos comer juntos pronto”. Tenían que ser las dos o tres de la mañana cuando Edward se inclinó y susurró. “Vayamos a casa.”
La respiración se me atascó en la garganta. Finalmente era más tarde.