Finalmente, respiré profundamente. No iba a retrasarlo más.
“Maggie, ¿sabes dónde puedo encontrar un teléfono?”
Ella sonrió orgullosa. “Tengo uno aquí. Mi Henry, Dios guarde su alma, lo hizo instalar antes de marcharse.”
“¿Puedo usarlo?”
“Por supuesto.” Movió la mano, mostrándome una pequeña sala al lado de la cocina. El teléfono no era como el de Carlisle. En su lugar, tenía una larga base con el micrófono encima y un auricular colgando de un gancho a un lado.
“¿Necesitas ayuda?” preguntó Maggie.
“No, puedo hacerlo,” contesté distraída, con los ojos en el teléfono. Busqué en el bolsillo de mi falda y saqué el papel con la dirección de Edward. El click de la puerta me alertó de la partida de Maggie. Di cortos pasos hasta la mesa, cogí el micrófono y lo sostuve cerca de mi boca, luego levanté el auricular lentamente.
“Operadora. ¿Cómo puedo ayudarle?” preguntó una voz metálica.
“Umm... lo siento, no tengo el número.”
“¿Nombre de la persona a la que desearía llamar?”
“Masen... Edward Masen...” Miré el papel apretado en mi mano. “En Chicago... 141 Lakeview...”
Mi corazón latió con fuerza en mi pecho.
“Un momento, por favor.”
Escuché una serie de clicks y luego un bajo tono de llamada.
Estaba dando tono. ¿Qué demonios iba a decir?
“¿Hola?”
Jadeé al oír su voz. Incluso sobre la mala conexión, la reconocí.
