“Podría decir lo
mismo de ti,” contesté lentamente. “Pareces el gato que se comió
el canario.”
Él se dio la vuelta,
haciendo una anotación en un trozo de papel que había en su
escritorio. “Estoy seguro de que no tengo ni la más ligera idea de
a qué te refieres,” murmuró, pero pude ver las comisuras de sus
labios retorcerse.
“¿Sabes? Cualquiera
diría que con todos tus años de experiencia, mentirías mejor,”
bromeé. Él me miró sorprendido, pero yo solo le miré con los ojos
entrecerrados. “Vamos, Carlisle. Suéltalo. ¿Qué has estado
haciendo?”
Carlisle se aclaró la
garganta y se concentró en examinar una caja de vasos de
precipitados. “He... he hecho un pequeño viaje a Ohio este fin de
semana,” me dijo.
Santa Mierda. Había
ido a buscar a Esme. Mi boca se abrió de golpe. “¡Carlisle, no!”