Algo que Carlisle había
dicho me incomodó. “Espera un segundo. ¿Has dicho que había una
mujer en la casa? ¿El señor de James era una mujer?”
Carlisle se encogió de
hombros. “Sí.”
“¿No sería entonces
una dueña?”
“¿Una dueña?”
Carlisle rio. “No somos perros, Bella.”
Sonreí, pero un
escalofrío me recorrió mientras mis ojos iban a la pintura.
“¿Describió el vecino a la mujer?” pregunté suavemente.
La atención de
Carlisle volvió también a la pintura. “Solo dijo que era una
mujer hermosa... con llameante pelo rojo.” Sus dedos trazaron el
pelo rojo de la mujer de la pintura.
No.
No, no podía ser.