Nos bajamos del coche,
caminamos por la silenciosa casa -todos estaban pasando el día
fuera- y salimos al jardín trasero, tomando asiento en el banco de
madera. Me giré para quedar frente a él, mordiéndome el labio.
“Después de casarnos... tenemos que dejar Chicago,” dije
finalmente.
Edward pestañeó
sorprendido. “¿Dejar Chicago? ¿Por qué?”
Esa era la parte
complicada. “Algo... malo va a pasar aquí. Tenemos que irnos antes
de que lo haga.”