No estaba seguro de lo
limpios que acabaron, pero finalmente fueron al piso de abajo; Bella
solo con bragas y la camisa de él, él con sus bóxer y la camiseta
interior. La calefacción tenía la casa a la temperatura perfecta.
Así que estaban
sentados el uno frente al otro – con un buen desayuno de tortitas,
bacon y huevos entre ellos – masticando mientras Bella subía y
bajaba el pie por la pierna de él. Edward sonrió, estirando el
brazo para coger su mano. Le acarició la muñeca.
― Tengo las manos
pegajosas, ― avisó Bella, con los ojos fijos en los de él. ―
Sirope.
Sosteniéndole la
mirada, tomó la mano de ella en la suya y se llevó su dedo a la
boca. La respiración de ella tembló y se mordió el labio, viendo
como de uno en uno sus dedos se deslizaban por los labios de él.
En ese momento, por
supuesto, unos fuertes golpes en la puerta trasera les sobresaltaron.