Ahora que estaba en
casa con algo de tiempo libre, pensé en Edward. No habíamos hablado
durante unos días y sabía que él debía estar ocupado con el
trabajo; el hombre tenía un loco horario de dieciocho horas casi
todos los días.
Había dicho que
llamaría. Eso significaba que yo no debía llamarle, ¿verdad?
O... tal vez debería.
Hasta el momento, él había dado todos los pasos hacia mí y se
había mostrado más abierto de lo que yo jamás había esperado. Tal
vez una llamada telefónica le mostraría que apreciaba su sinceridad
y quería cimentar nuestra amistad. Tal vez estaba esperando a que yo
hiciera el siguiente movimiento.
Pero él había dicho
que llamaría. Si estábamos jugando con las reglas de las citas,
llamarle sería algo que no debería hacer en absoluto. Bien podría
ponerme una señal en la cabeza que dijera Soltera, Salida y
Desesperada.
Pero no estábamos
saliendo. Podía llamar a un amigo. O enviar un mensaje. Podía
enviarle un mensaje. La idea de coger el teléfono y marcar hizo que
me sudaran las manos y mi corazón diera golpes contra mi pecho.
¡Había dicho que
llamaría!