“Ahora dime qué ha
pasado con tus padres,” dije un momento después. “¿Estaban
enfadados?”
Sentí a Edward tragar
con dificultad. “Al principio sí,” dijo lentamente. “Me llevó
un rato convencerles, pero finalmente cedieron.”
Me senté recta y le
miré con la boca abierta. “Estás bromeando.”
Edward se pasó una
mano por el pelo. “No. Han aceptado todo.”
“¿El compromiso?”
“Sí.”
“¿La boda pequeña?
¿Antes de que termine el verano?” No podía creer lo que estaba
oyendo.
“Sí. Han estado de
acuerdo en que cuanto antes mejor,” contestó Edward. Había algo
raro en su voz, pero no era capaz de descifrar qué.
“¿Y lo de dejar
Chicago?” No podía imaginar que fueran a estar de acuerdo con eso.
“A eso también,”
dijo Edward con una sonrisa. “Mi padre incluso ha dicho que
llamaría a mi tío en Altoona para ver si podía encontrarme trabajo
cerca.”
Pestañeé sorprendida.
“Altoona está en tu
lista,” apuntó Edward.
Tragué. “Sí... lo
sé.” Me froté la cara con las manos lentamente. “Es solo que
estoy... impresionada. No puedo creer que se lo hayan tomado tan
bien.”
Edward apartó la
mirada y sus orejas se pusieron de un delator color rosa.
Entrecerré los ojos.
“Edward, ¿qué está pasando?”
Se aclaró la garganta
y acababa de abrir la boca para contestar cuando sonó otro golpecito
en la puerta.
“¿Bella?” llamó
Maggie desde la cocina. “¿Puedes abrir, por favor? ¡Tengo las
manos mojadas!”
Resoplé, mirando a
Edward con cautela mientras me levantaba para acercarme a la puerta.
Él me siguió y, cuando agarré el pomo, susurró. “Probablemente
sea mi padre.”