“No es por fardar,
pero realmente me he superado,” dijo Alice orgullosa, mirando las
decoraciones de la boda con una sonrisa de satisfacción. Seguí su
mirada y tuve que admitir que estaba de acuerdo. Entre Alice,
Rosalie, Renee y Esme, el jardín trasero de lo que solía ser la
casa de huéspedes de Maggie había sido transformado en un mundo de
fantasía de nubes de seda, luces brillantes e incontables flores
flotando en la suave brisa.
“Es precioso,” le
dije con un asentimiento de admiración. “Bella estará encantada.”
Alice arrugó la nariz.
“Lo dudo,” dijo. “Si dependiera de ella, se casaría en el
juzgado con un vestido pre-confeccionado y zapatos cómodos.” Se
estremeció por la idea. “No podía dejar que eso sucediera,
Carlisle.”