“¿Qué está pasando?” pregunté tras caminar por la fila de cubículos tras un largo día en la oficina. Pasé por el espacio de trabajo de Riley y paré cuando noté que estaba recogiendo sus pertenencias personales y metiéndolas en una caja de cartón. Las cajas nunca eran una buena señal, especialmente con la economía actual.
“Ya no trabajo más aquí,” contestó sin preocupación, enfado o tristeza.
Yo, sin embargo, estaba en shock. “¿Desde cuando? ¿Te han echado?”
“Nah. He renunciado,” declaró mientras vaciaba el armario de los archivos. “Avisé hace dos semanas.”
Resoplé. “¿Y no me lo dijiste? ¿Por qué lo has mantenido en secreto?”
Me acalló. “Baja la voz. No todos lo saben, y no es para tanto.”
“Dejas tu trabajo,” enuncié cada palabra. “¡Por supuesto que es para tanto! ¡No llevamos ni un año trabajando aquí! ¿Por qué has renunciado?”
Riley se encogió de hombros y se pasó una mano por su pelo castaño. “Era lo correcto.”
“Bella, estás a punto de casarte,” apuntó.
